Mi único hijo, mi centro de atención 

¡Qué experiencia la de ser mamá de una sola hija!

Han sido hermosas las etapas vividas, pero a la vez he enfrentado retos que se convirtieron en procesos de aprendizaje. Más aún cuando tenemos varias actividades que cumplir en el día.

A la edad de 5 años, Faby (mi única hija) empezó a tener conciencia de que no tenía con quien jugar. Muchos de sus amiguitos en el inicial empezaron a tener hermanos, eso tuvo mucha influencia sobre Faby.

Ella guardaba toda la ropa que se le quedaba para cuando naciera su “ñañita”, quería una niña de hermana y estaba convencida que sería su compañía perfecta para jugar. Faby la esperó hasta los 8 años.

Fue muy difícil para mí no poder complacerla. Tenía razones por las que, en ese momento, no había opción para aquello.

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Tener un solo hijo o hija implica tener la oportunidad de volcar nuestro amor por completo sobre él o ella, nuestro corazón está dispuesto a hacerlo. Pero, cuando tienen toda la atención, a veces terminan siendo susceptibles o celosos de otras personas. Esto sucede cuando prestamos un poco más de atención a otros niños, a la pareja o a las amigas.

En mi caso, sucedió cuando llegó mi sobrino Noha. Después de un tiempo, se pudo lograr explicarle con mucho cariño que a ella la amaba, pero que así como la esperamos con los brazos abiertos, también lo habíamos hecho con Noah. Poco a poco fue dándose cuenta que ella seguirá siendo importante en mi vida.

Faby había tenido toda la atención de la familia como hija y nieta única, siempre se daba a notar y podía interrumpir fácilmente una conversación de adultos. Pensaba que yo podía estar siempre para ella, todo el  tiempo en un 100% y, de hecho, así era.

Debo reconocer que una de las cosas que intensificó  mi atención total para ella fue cuando llegó la separación de mi matrimonio. Al principio yo no lo había notado; tanto es el amor que le tenemos a nuestro hijo que dejamos pasar muchas cosas y eso suele ser un gran error.

Tuve que tomar acciones. Cada vez que iba a tener una conversación con alguien le decía que no debía interrumpirme, que no podía hacerlo. Fue difícil al principio hasta que logré cortar con ese mal hábito.

Otro de los aspectos que intervino en el desarrollo de los primeros 10 años de Faby fue que se relacionó con personas adultas todo el tiempo. Ser la única hija, nieta y sobrina, fue otro proceso que influyó en su personalidad, en su desenvolvimiento a la hora de hablar.

Relacionarse con personas adultas era muy fácil para ella, pero cuando entró a la escuela, sociabilizar con niños de su edad no fue tan fácil. A veces salía a jugar con sus compañeras, pero otros días no se sentía muy bien con ellas y en el recreo prefería jugar sola. Empecé a trabajar en ello y busqué relacionarnos con más niños de su edad.

Otra de las cosas que marcó a Faby fue que llegó a sentir que todo lo que tenía le pertenecía.  No había con quien pelear ni a quien prestarle sus juguetes, fue muy difícil para mí que ella aprendiera a compartir. Hablarle y convencerla de aquello fue un arduo trabajo hecho en casa.   Recuerdo que usé ejemplos sencillos, como comprar un banano y repartirlo entre todos, fue una de las tantas cosas que hice, hasta que poco a poco  ella fue aprendiendo.

Faby iba creciendo y cada etapa era tan distinta a la otra. La única opción que tenemos como mamá es trabajar en nuestros hijos para su mejor desarrollo.

Un día empecé a darme cuenta que tenía una sobreprotección de mi hija, ella había asumido la responsabilidad de cuidarme, en otras palabras, adoptó el papel de mamá. Si salía, ella no podía quedarse porque ¿quién me cuidaba a mí?

Visité a una psicóloga y pude entender que los hijos están bien cuando sus padres están bien. Empecé a trabajar en mí, empecé a ir a una escuela para padres y pude reconocer que todo lo que había pasado en cada etapa de mi hija era originado por mí.

Cuando desarrollamos y aprendemos a manejar nuestra inteligencia emocional todo nuestro alrededor cambia para bien.

Las recomendaciones de parte de un profesional siempre nos ayudarán  a tener los métodos necesarios para encaminar a nuestro hijo(a)

Carol Vera Del Valle

En una entrevista con la psicóloga Karina Orona, Máster en Terapia Familiar, me dio las siguientes recomendaciones:

Establecer límites de manera asertiva. Toda relación debe basarse en el respeto al espacio personal del otro, como madre tienes todo el derecho de pedir a tu hijo que respete tu espacio y debes aprender a disfrutarlo sin culpas. De esa manera también le estas enseñando a él  que establezca limites sanos en sus futuras relaciones.

Los hermanos no siempre son sanguíneos. Cuando no es posible darle hermanos sanguíneos, lo más recomendable es brindarles espacios donde pueda convivir con más niños y la oportunidad perfecta para darse cuenta que puede escoger a sus “hermanos”.

El corazón de una mujer no es lo mismo que el corazón de mamá. Lo mejor  es hacerle saber a tu hijo, desde temprana edad, que lo amas de manera única e incondicional, pero también que puede amar a otras personas. El amor no es egoísta ni exclusivo, debes enseñarle que él también  tiene derecho a amar a más personas si así lo desea.

Dejar claro el rol que él  tiene en su familia. Muchas veces, sobre todo enel caso de madres solteras, el  hijo toma inconscientemente el rol de pareja de su madre. No debes permitir que eso suceda, quítale la gran responsabilidad de velar por tu bienestar, dejándole claro que los adultos podemos cuidarnos solos.

Jamás le des el mensaje: “solo nos tenemos a nosotros”. La familia  es muy importante para el desarrollo de nuestro hijo y la convivencia con ellos es primordial, inculca el amor hacia su familia y dale la seguridad de que tiene lazos fuertes que lo sostienen en caso de faltar su mamá.

Karina Orona

Esposa y mamá. Psicóloga, Máster en Terapia Familiar Sistemática. Terapista ABA para niños con autismo, Psicoterapia individual y familiar.

karina.orona@gmail.com

Ciudad Juárez- México

Nuestras lectoras nos compartieron parte de sus experiencias:

Cristina Palma

Cristina de 54 años con su hijo Sebasthian de 20años

“Me siento muy bendecida de tener a mi hijo Sebasthian, la razón de mi vida. Han pasado 20 años y han sido los mejores años. Tener un hijo único no ha sido fácil; existen muchas dudas e inquietudes en saber si lo que estamos haciendo como mamás es lo correcto o no, porque en mi caso me volví sobreprotectora y me llené de angustias y preocupaciones. Pensaba qué iba a suceder con su futuro, pero la vida me ha demostrado que hay que tomarlo con calma. Lo más importante es saber que puedo cuidarlo hasta cuando él pueda volar por sí mismo, mientras tanto puedo ser feliz a lado de mi hijo amado”.

Ana Rodríguez

Ana de 54 Años y su hija Paola de 29 años

 

Lo primero que puedo decir es que nunca me lamenté de no tener más hijos o al menos nunca me lamenté en frente de Paola. Mi familia siempre estaba en mi casa y varios sobrinos vivieron con nosotros en tiempos diferentes. Por ello, creo que no sintió la carencia de no tener hermanos. Pienso que esa necesidad la siente hoy que es mamá. Nunca, ni siquiera de niña, me pidió un hermanito o hermanita. Siempre tuve mascotas con la finalidad de no recargar en ella toda mi atención y llegar a frustrarla. Nos mantuvimos activas, haciendo deportes, ballet, danza y en comunidades de la iglesia, siempre con amigos. La cuidaba, pero nunca la sobreprotegí y siempre tratamos que fuera independiente”.

Jessica Sánchez

Jessica 48 años con su hijo Riky de 27años

“Ser madre de único hijo es un poco complicado, tienes que cuidar muchos detalles como ayudarle en su niñez para que cuando crezca no sea egoísta. Debes enseñarles que un pan puede ser repartido entre tres o más personas. Tengo recuerdos muy hermosos, mi casa era de todos sus amigos, me convertí en la mamá y la tía de todos ellos, ahora que todos son grandes me dicen tía o mamá (risas). Cada etapa fue difícil para mí, no olvidaré nunca cuando le dimos por primera vez el carro y casi me quedo sin uñas (por el nerviosismo). Con un solo hijo todo es más intenso”.