Pensé en muchos temas antes de decidir sobre qué escribir para este día especial. Muchos hijos, seguramente, invitarán a sus madres a comer o a un evento organizado para ellas. Les darán un beso, un abrazo y se acordarán de lo valiosas que son en sus vidas. En mi caso, también tengo la dicha de compartir con la mía su presencia y su amor incondicional.

Pero más allá de las celebraciones, quise dedicar este artículo a quienes no estarán físicamente con ella. No pueden. Ya no. La distancia que los separa es infinita, pero el amor que los une sigue vivo en su corazón.

Este artículo va dirigido especialmente para aquellas amigas que perdieron a su madre hace poco tiempo y aún viven el dolor de su duelo. Para aquellas con quienes he compartido cientos de aventuras y otras no tanto, pero las conozco y las valoro por su fortaleza.

Para aquellas con quienes compartí sus momentos tristes y también a quienes acompañé desde lejos en su dolor. Para todos y todas, quienes pasarán este Día de las Madres sin Mamá.

Recuerdo a una señora menuda y de sonrisa amplia, le encantaba acompañar a su hija menor a todos los eventos sociales. La recuerdo porque su hija era mi amiga y lo sigue siendo después de 9 años. Para entonces, estábamos empezando a vivir nuestra década de los 20.

La recuerdo acostada en una hamaca en la sala de su casa, yo estaba de visita. Era febrero, era un sábado de febrero y ella veía el Festival de Viña del Mar por televisión. Le traía recuerdos y nostalgia. La señora era chilena y me contaba de lo maravilloso que era el evento. “Algún día iremos”, me dijo, “yo la llevo”, “si quiere el próximo año vamos”.

En agosto de ese año falleció con cáncer. Sé que hoy, la señora Piñonez estaría muy orgullosa de su hija.

Siete años después, paradójicamente, estuve en Viña. Allí conocí a una señora salvadoreña de ojos claros, sonrisa tierna y amable, de personalidad alegre por naturaleza. En el 2016 me senté en la sala de su casa y hablamos de muchas cosas, era de esas personas que se te hace fácil quererlas rápido y ganarse su confianza.

Me contó que, al igual que a mí, cuando llegó por primera vez a Chile, le costó adaptarse, que al país le faltaba un poquito de diversión y que ella se encargó de dárselo.

Me contó de su casa rodante, la tenía estacionada al frente de su casa. Había recorrido desde Norteamérica hasta Chile junto a su esposo y su hija. Me dijo que su siguiente trayecto sería Perú, Ecuador y Colombia, que me avisaría cuando llegue a mi país para unirme a la aventura.

Su nombre fue Inés Díaz y falleció en enero de 2018 por problemas en el corazón. Su hija, una de mis mejores amigas en Chile, heredó sus ojos y también su bondad, la amó profundamente y la seguirá amando hasta la eternidad. (Mi cariño para ti Maureen).

“(La madre) es nuestra primera figura de apego, con la que elaboramos un vínculo muy profundo. Cuando esta figura de apego desaparece o es amenazada, nuestra respuesta natural es experimentar una ansiedad intensa. Al morir nuestra madre, se vive esta pérdida como una situación desequilibrante, donde hay una ausencia de la sensación de seguridad, apoyo y bienestar”, fue lo que me dijo Naja Yúnez, máster en Psicología Clínica y de la Salud y socia fundadora de Eunoia, Centro de Salud Mental, ubicado en el kilómetro 2.5 vía a Samborondón.

Ella me explicaba en una entrevista para este tema que, en el caso de la pérdida de una madre, el proceso del duelo es muy doloroso porque la madre comúnmente es la persona que representa, en la mayoría de las personas, el ser al que acudimos en busca de amor, protección y apoyo.

Según Naja Yúnez, cuando un duelo se vuelve patológico, es necesario acudir donde un especialista, porque hay duelos de los que no se podría salir nunca, sin apoyo psicoterapéutico.

Ella prefiere trabajar con tareas recomendadas por el psicólogo William Worden porque cree que así el doliente toma un rol más activo en su proceso.

Si usted está pasando por esta etapa, las recomendaciones que describiré a continuación le podrán ayudar a superar el proceso del duelo.

A mis lectores de Sin Tacones y a mis amig@s, que han pasado por este proceso, les transmito mi afecto sincero.

1. Acepta la realidad de la pérdida

Cuando un ser querido fallece, la reacción natural del ser humano es sentir que lo que ocurrió no es real. Hay una negación de que la persona ha muerto, se ha marchado y no va a volver. Es un mecanismo de defensa del ser humano para no enloquecer, para adaptarse lentamente a la pérdida y para, llegado el momento, reasignarle un nuevo sentido a la vida.

Esta negación no tiene que ser obvia o a nivel consciente. Hay personas que guardan la ropa del fallecido por años, en un acto que se conoce como “momificación” que en sentido práctico significaría: “guardo esta ropa para cuando mi ser querido regrese”.

La tarea de aceptar la realidad de una pérdida toma tiempo, porque la aceptación no es sólo intelectual sino emocional. Cada persona tiene su ritmo y no se puede hablar de un tiempo de duración estándar. Una persona puede, a nivel intelectual, comprender que la persona se ha marchado, pero a nivel emocional no.

Es de mucha ayuda asistir a los rituales tradicionales como el funeral, porque acercan a la persona doliente a aceptar lo ocurrido.

2. Siente el dolor de la pérdida

Es necesario reconocer el dolor. Si este no se reconoce y no se resuelve, se manifestará con síntomas físicos o conductas anormales. Es imposible perder a un ser querido y no sentir dolor. Hay que llorar lo que sea necesario.

Muchas veces, cometemos el error de decirle a una persona que está en duelo “eres joven, lo vas a superar”, “a tu mamá no le hubiera gustado verte así, tan triste”, “La vida sigue, esto pasará”.

Cuando la persona se siente triste, decirle estas frases, sólo refuerza la idea de que no debería sentirse mal, cuando en realidad tiene todo el derecho de sentirse mal. Es mejor, tratar de distraerla del dolor momentáneamente.

El dolor hay que sentirlo, no conviene negarlo. Viajar o huir no ayudan en nada, sólo sirven como una fuga geográfica, pero el dolor y el malestar lo llevaremos a donde vayamos. Hay que simplemente sentir el dolor, con la seguridad de que un día pasará.

3. Debes adaptarte al mundo

Adaptarse a una vida cotidiana sin el fallecido dependerá de la relación que se tenía con él o ella. Mientras más fuerte haya sido el vínculo, más costará adaptarse. Los roles que ocupaba el fallecido habrá que reasignarlos en caso de que se posible.

El proceso de adaptación involucra primero una adaptación interna. Probablemente me cuestione la definición que tengo de mí misma, mi amor propio y mi sensación de eficacia personal. ¿Podré salir adelante? ¿Soy capaz de hacerlo solo/a? ¿Alguien más me amará como él/ella?

Este proceso también involucra una adaptación espiritual, porque voy a cuestionarme mi sentido del mundo, mis valores, mis creencias filosóficas. ¿Nos volveremos a encontrar? ¿Existe vida después de la muerte? ¿Me esperará?

4. Encuentra una conexión perdurable con tu madre

Esta tarea busca lograr recordar al ser querido fallecido sin tanto dolor; es decir se retira la energía emocional del fallecido y se la reinvierte en otras relaciones. El amor está en nosotros. Cuando amamos, asignamos parte de nuestro amor a la otra persona. Al momento de perder a la persona que representaba parte de ese amor, el trabajo consiste en hacer que esa energía regrese a nosotros.

Esta tarea termina cuando “encontramos nuevas formas de recordar al fallecido, llevándolo con nosotros, pero siguiendo con nuestra vida” (W. Worden, 2016).