Era la primera vez que regresaba a mi país después de haber estado nueve meses fuera. Viví durante ese tiempo en Viña del Mar, la ciudad jardín de Chile, hermosa, pero de verdad extrañaba volver a casa. Mi aventura en ese país latino, tan frío y tan cultural, fue por motivo de estudio: mi maestría.

Una aventura que duró prácticamente dos años hasta obtener mi anhelado cartoncito; lo correcto sería decir: “ganado con sudor y lágrimas”, pero en mi caso fue ganado con un poco de hipotermia; claro, considerando que mi estancia, la primera vez, fue entre marzo y diciembre; es decir, me salté todo el verano, cuando dicen que hace calorcito.

De verdad extrañaba Ecuador, extrañaba mi Costa. Era la primera vez que me ausentaba tanto tiempo y no creí que iba a aprender a valorar aquellas cosas que parecían obvias, como usar camisetas sin mangas, usar sandalias y no botas, ir a la playa sin tener que llevar abrigo, comerme un buen bolón de verde, patacones, tigrillo o un caldo de bolas. Extrañaba a mi familia y también a mis amigos y aunque siempre estuve en contacto con ellos, sentía que me estaba perdiendo sus momentos especiales.

Cuando compré el pasaje de vuelta para pasar mis vacaciones de verano me puse a contar los días, parece exagerado, pero así fue. Y aunque había hecho nuevas amistades, había adquirido un nuevo estilo de vida, nuevos aprendizajes y una nueva forma de ver el mundo, tenía esa sobrecarga emocional de volver a casa y de ojalá quedarme por mucho tiempo.

Sé que mi caso no se compara con el de muchas personas que se ausentan por años de su país y con distancias mucho más lejanas, en otros continentes talvez, pero sé que el sentimiento es el mismo hasta que vuelves y te das cuenta que la vida de los demás continuó sin ti.

Cuando la emoción de tu regreso se desvanece, empiezas a sentir eso que los estudiosos en el tema llaman: el choque cultural inverso o también conocido como el síndrome del viajero eterno. Es decir, el impacto psicológico que tiene una persona cuando regresa a su país de origen, después de haber vivido en un lugar distinto durante un largo tiempo.

El viajero debe enfrentarse a una readaptación, ya que tiene esa sensación de que no pertenece a ninguna parte, pues muchas de las reglas sociales a las que estábamos acostumbrados han cambiado.

Cuando se acabaron los festejos, las fiestas de bienvenida, los abrazos de Navidad y Fin de Año, cuando la euforia terminó me di cuenta que todos seguían con sus actividades cotidianas y que yo no formaba parte de ninguna de ellas, me di cuenta de que mi forma de pensar ya no concordaba con la de muchos y mi forma de vestir desencajaba. Fue allí que me llegué a sentir extraña en mi propia tierra.

Los psicólogos explican que el viajero debe enfrentarse a una readaptación, ya que tiene esa sensación de que no pertenece a ninguna parte, pues muchas de las reglas sociales a las que estábamos acostumbrados han cambiado.

En mi caso, por ejemplo, cuando regresé a Guayaquil quería que los conductores dejen de ser tan imprudentes, que dejen de pitar tanto y aprendan a respetar a los peatones y que los choferes de buses respeten las paradas. Eso, obviamente no se dio. Quería que la gente sea más sencilla y menos ostentosa, menos preocupada por “marcas” o “etiquetas”, pero eso tampoco iba a pasar. Entendí que cada sociedad tiene sus propias características, positivas y negativas, y que debía readaptarme a ello, sin dejar de ser la mujer en la que me había convertido: más tolerante y con diferentes formas de ver la vida.

Los psicólogos recomiendan ocupar la mente en cosas positivas para evitar caer en depresión. Mantener actividades sociales, alimentarse bien, dormir lo necesario y aceptar que estás de regreso. Si eso no funciona y empiezas a sentir ansiedad, desorden del sueño o molestias gastrointestinales es importante visitar a un especialista porque es muy probable que tengas ese problema emocional llamado choque cultural inverso.

En mi caso, regresé antes de lo previsto a Viña del Mar porque sentía esa ansiedad de la que he estado hablando. Pero, una vez allá acepté que mi estadía sería momentánea, el único lazo que me ataba al bello Chile eran mis estudios de posgrado. Analicé dónde realmente me quería quedar a vivir y dónde me convenía vivir. Entonces decidí que Ecuador seguiría siendo mi casa.

Cuando volví definitivamente a Guayaquil adopté algunas medidas para no pasar otra vez por ese choque cultural inverso.

¿Qué hice para adaptarme?

  • Primero decidí no apartarme de mis amigos extranjeros, aunque físicamente ya no estaría con ellos, continuaría en contacto. Les escribía para los cumpleaños, las fechas especiales, para los momentos tristes y de vez en cuando también manteníamos conversaciones sobre nuestras vidas. Planeamos viajes y reencuentros. Hoy en día la tecnología es muy útil para mantener relaciones sociales a larga distancia.
  • Traté de continuar con las nuevas rutinas que había aprendido viviendo sola en Viña. Por ejemplo, seguí preparando mi comida, aquellas nuevas recetas de cocina las compartía con mi familia y mis amigos. Aunque este hábito no duró mucho tiempo (jaja) me ayudó a adaptar mi pasado con mi presente.
  • Otro cambio que tuve viviendo en Viña fue mantenerme en actividad física, para ello empecé a practicar un deporte por hobby: el jiu jitsu. Cuando volví a Ecuador decidí ingresar a un nuevo dojo. Un deporte siempre es universal y donde vayas sientes que todos hablan tu mismo idioma. Esto también me ayudó a no sentirme tan diferente.
  • Empecé a integrarme con nuevos grupos de amigos cuyos intereses y formas de vida eran similares a la mía. De esa forma, era volver a presentarme como alguien totalmente nuevo. Ellos no sabían cómo era antes, cómo pensaba ni qué cambió en mí, no me cuestionaban porque no me conocían.
  • Finalmente y lo más importante =) me puse a buscar un empleo. Si para algo era muy buena y me sentía totalmente capacitada era para poner en práctica mis nuevos conocimientos. Era una mujer más competitiva con mi nuevo título y por ello debía aplicarlo en el campo laboral. Así lo hice. Trabajar siempre te mantiene activa, te hace sentir valiosa y tienes tu mente ocupada en lo que realmente te gusta e interesa.

Si estás pasando por algo similar, puede que estas recomendaciones te sean útiles. En todo caso, vive tu propia experiencia, ya sabes que no te estás volviendo loca, es un proceso normal de adaptación que lleva su tiempo, en algunos casos más que otros y en ocasiones ni siquiera lo sientes, tengo amigas que supieron adaptarse perfectamente a los cambios. Recuerda que tu felicidad no está atada ni a lugares ni a personas, está en ti y siempre puedes ser feliz a donde quiera que vayas.